El Tívoli es un depósito de residuos sólidos. Originalmente, fue pensado como un centro de transferencia de desechos para la basura generada en el mercado Tielemans y el Mercadito II. Pero actualmente, más de la mitad de los residuos que recibe a diario proviene de colonias aledañas, restaurantes y negocios, que llevan los habitantes, empleados de comercios o el pequeño ejército de recolectores informales (mujeres, adolescentes, niños y niñas), que trasladan los residuos al Tívoli en diablitos o triciclos.
Estos últimos prestan un servicio a la ciudad, pero nunca han recibido un reconocimiento a su trabajo, más allá de las propinas. No sólo son recolectores, sino separadores de la basura. Lo hacen, desde luego, para vender lo que sea recuperable (papel, cartón, aluminio, fierro) y ganarse algunos centavos. Pero de ese modo evitan que todos los residuos lleguen hasta el sitio de disposición final de la basura, un espacio cuyos problemas, en ocasiones, han obligado a las autoridades a exportar los desechos de la ciudad a otros municipios.
Para Armando Hernández López, supervisor del Tívoli en el turno vespertino, ese trabajo informal debería ser reconocido y aun incentivado:
«Hay personas que acarrean por su cuenta la basura. Mucha gente: niños, jóvenes, señoras también, que se dedican a esa actividad. Yo creo que lo ideal sería incentivarlos, porque de alguna manera contribuyen a la recolección de la basura. Sólo que no es del conocimiento del ayuntamiento. Si hubiera un programa para apoyarlos sería ideal. Porque ahí les estaría abriendo una fuente de empleo, ¿no? No sé, se me ocurre apoyarlos con un triciclo que tenga una división [para separar los residuos]. Y ésa podría ser una condición para recibirles la basura: que ya lo trajeran separado. Ellos se apoyan con su trabajo y nos apoyan a nosotros. Ora sí que todos ganamos. Hay muchos. No sólo aquí. Otros trabajan también en la Plaza de Toros [un depósito más grande que El Tívoli]. Otros llegan a tirar en los demás mercados, en otros centros de acopio».
El supervisor del Tívoli es una persona de conversación agradable e informada. Sorprende, sin duda, el entusiasmo con que habla de los residuos de la ciudad y su necesaria separación. ¿Se puede hablar con entusiasmo de algo que provoca gestos en los niños y encogimientos de hombros en los adultos? Pero luego de pensarlo mejor, lo sorprendente resulta, más bien, que otros funcionarios no se contagien de esas ganas de cambiar, para bien, el modo en que funciona todo. El joven me suelta de repente, de un solo tirón:
«Tengo una idea. Pero necesitaríamos la participación del ayuntamiento, porque se necesita infraestructura. Por ejemplo, si usted echa un ojo, solamente contamos con este espacio –señala un pequeño cuartito que sirve de depósito en la entrada–. Pero no basta. Se necesitan divisiones, hacer celdas… y que hayan dos o tres personas que se dediquen sólo a separar. Un espacio para la basura orgánica, otro para inorgánica y otro para los materiales que puedan ser recuperados. Y alternar las actividades con los camiones [de recolección].
»Necesitamos infraestructura, unidades exclusivamente para basura inorgánica, pláticas con las microempresas que se dedican a la compra de PET y otros residuos. Se puede recuperar el PET, el papel, el cristal, los fierros, el aluminio, gran parte de lo que se manda al relleno sanitario es recuperable. Se podría trabajar desde aquí y, de esta manera, estaríamos ayudando a que el tiradero no se sature, aunque sí se le tendría que invertir un poco.
»De esta manera, el objetivo sería reducir la cantidad que termina en el relleno sanitario. Porque lo que se está trasladando, ¡híjole!, es casi todo».
Las estrategias que se le ocurren a Armando Hernández son varias y coordinadas. Las tiene por escrito, en un documento en el que trabaja y que quiere presentar a autoridades superiores. Me lo comparte con el mismo entusiasmo y generosidad con que antes aceptó conversar conmigo. Su propuesta incluye un inventario de las necesidades de infraestructura y personal, pero también estrategias basadas en su propia experiencia, en el trabajo que realiza en el Tívoli. A grandes rasgos: incentivar y reconocer el trabajo de los recolectores informales, poner en circulación camiones exclusivamente para residuos inorgánicos, crear áreas y celdas de separación y, sobre todo, una amplia campaña de sensibilización ciudadana al problema de la basura, al que todos –tú, yo– contribuimos, inevitablemente, a diario.
Ojalá alguien escuchara a Armando.
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